viernes, 17 de octubre de 2008

¿Me quieres comer?


Sus sudorosos dedos se entrelazaron. Ella, su chinita, usaba su pulgar para acariciarle la parte superior de la mano. Él se estremeció, estaba excitado y temeroso. Se gustaban. Lorenzo trataba de calcular quién sentía más ese cariño adolescente, aquellas sensaciones posiblemente prohibidas, si ella o él. El asiento del bus que los separaba empezó a estorbarle, sabía que la hora había llegado, comprendió que el corazón de Carmen estaba susceptible a su amor, a su esfuerzo para conquistarla, a sus noches de insomnio permitidos por pensar únicamente en ella, a los consejos de esos amigos que hoy por hoy ha olvidado, pero que, entonces, fueron los mejores. Lorenzo se volvió hacia Carmen doblando el cuerpo, recostando su vientre en el espaldar del asiento, aprovechando la oscuridad de la noche.
- ¿Por qué te volteas, Lore? – preguntó Carmen notablemente preocupada y temerosa.
- Para verte mejor, Caperucita. ¿Has leído Caperucita roja, Carmen?
Carmen sonrió.
- No. Nadie ha leído Caperucita roja, Lorenzo, todos la hemos visto alguna vez en la televisión.
- Yo sí he leído Caperucita roja, Carmen, de verdad.
- Siéntate bien, Lore, el profesor se va a molestar que estés así.
- Pero Carmen, yo sólo quiero verte mejor, como el lobo a Caperucita.
- ¿Me quieres comer?
- Carmen, te quiero solamente y mucho –se atrevió Lorenzo.
No hubo respuesta para tamañas palabras. Carmen estaba impávida, sorprendida, pero no pudo enrojecer más, ya los cariños táctiles la avergonzaron demasiado, le encantó la masculina mano de Lorenzo; sin embargo, no quería hacer algo imprudente. Además y todavía, sentía un curioso cosquilleo en el estómago que la mantenía contenta a pesar de todo, que no podía precisar si son las mariposas de las que cuentan sus amigas. Miraba a Lorenzo con ternura, pero estaba confundida, somos buenos amigos, pensó, nada más.
- Carmen – continuó Lorenzo –, ¿podemos hablar? Qué dices si me cambio de sitio con Belén.
- No sé, Lorenzo. Mejor hablamos después.
- Belén, siéntate aquí, por favor. Tengo que hablar un toque con Carmencita.
Belén, una chica gorda que Lorenzo maliciosamente apodó de “bolón”, no estaba dispuesta a aceptar la oferta de Lorenzo, tenía que vengarse de los malos tratos, por fin la vida le sonreía, nunca antes pensó tener el control sobre Lorenzo y ¡de qué manera! La vida te da sorpresas, cabrón, pensaba Belén. Se sentía feliz, realizada, afortunada, casi suelta una carcajada, pero su sonrisa aguanta, no puede disimular su gozo, la dulzura de la venganza.
- Ya siéntate Lorenzo, hablaremos después – dijo Carmen más tranquila, más razonable. Y Belén se rió, hasta se tapó la boca con sus manos para no hacer demasiado ruido.
Lorenzo pensó en sobornar a Belén, tal vez si le ofrecía un pollito a la brasa. Pero Carmen ya había contestado al “te quiero”, te ha respondido, Lorenzo, piensa: “hablamos después”. Se sentó. Después ya llegará, ten paciencia, más paciencia. Y si sólo te quiere como un amigo, entonces lo sabrás. Carmencita es linda y muy buena. Te va a decir que sí, Lorenzo, y entonces se cumplirán tus deseos, el de besar a una chica, cómo será. A lo mejor te casas con Carmen, alucina. Si te dice que no, bueno, lo habrás intentado, al menos. Pero no creo ¿o sí? Probablemente, nada está dicho. No sé. Lo más seguro es un “no”, Lorenzo, fíjate bien en su actitud, lo dice todo. Eres un verdadero inútil, tenía razón tu viejo, no sirves para nada. Has estado idealizando todos estos meses una utopía, un absurdo, Lorenzo, despierta, ella no te quiere, seguro que ni le gustas, ella no sintió lo mismo que tú cuando cruzaron los dedos, y sus cariños fueron de pura amistad, nada más, se acabó, Lorenzo, lo siento. Vas a ver que no volverán a hablarse después que todo esto termine.
- Carmen, te quiero –dijo Lorenzo volviéndose nuevamente hacia ella, desesperado, medio triste, como pidiendo ayuda. Imponiendo su valor por sobre sus pensamientos –, te quiero mucho, desde antes, no desde hoy, sino desde antes, de hace meses, Carmen, ¿te acuerdas? Cuando nos fuimos juntos a visitar a Marcela, y estuvimos juntos en el bus. Y permitiste que me recueste en tu hombro, tu lindo hombro. Y me diste, digo, me regalaste un lapicero cuando te dije que iba a ser escritor de grande, es decir, más grande.
- Siéntate Lorenzo, más tarde hablamos –insistió Carmen más convencida de sus sentimientos hacia Lorenzo. Con ganas de confiarle un beso.
- Está bien. Sólo te pido que no me sueltes la mano ¿si?. Me hace feliz.

Cerca de las diez de la noche un profesor de cierto colegio pasaba por el estrecho pasaje de un bus que regresaba a Lima de Paramonga. Le llamó la atención que dos de sus alumnos lloraban mientras se cogían de la mano, separados por el respaldar de un asiento. No dijo nada, salvo que silenció a una alumna llamada Belén que no dejaba de reírse, pero que no tardaría en llorar también.

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